Poemas

por Raúl Ortega Alfonso

De dioses y de sueños

El hombre necesita / dentro del trozo de pan que desayuna diariamente / colocar una lasca de su dios preferido / para ocultar su mezquindad / sus miedos / para creer que alguna vez rozará la nobleza/

Hasta ahí podríamos justificar esa obsesión / porque un hombre sin dios es un sillón de ruedas que florece en los jardines de un hospicio/

La aberración nos llega / cuando es el hombre mismo el que se cree Dios / Su cinismo averigua cómo es la vestimenta que utilizan los dioses / Se disfraza / Y empieza a repartirle caramelos a todos los demás / a quienes (por decreto) ya considera siervos/

Si aun así no somos nada / sin sueños seríamos la nada/

Y este impostor de dios / inteligentemente / casi siempre inaugura su academia de sueños/

Pocos se han dado cuenta que quien regala un sueño / se siente con todos los derechos de pisotearte la cabeza/

La fe

Cuando era como un tren de carga sobre los rieles del torrente sanguíneo, un aleteo insomne; discreta como una vieja chismosa detrás de la ventana, o calzaba pantuflas para caminar por el corazón de la gente, no niego que la fe sirviera para algo.

Ahora sale en la tele, en un reality show donde hay que defecar y revolver con un palito, para que el rival adivine los ingredientes de la última cena.

La fe, un asco, en fin: una figura pública.

El rencor

Sí, sí hace falta el rencor, tanto como la silla eléctrica, la inyección, la soga, el martillo, el vaso de agua debajo de la cama.

No he visto a nadie sonreír con la bota del prójimo encima de los ojos, aunque después afirme que sí delante de las cámaras.

Quienes aconsejan poner la otra mejilla, dicen que el rencor es dañino, veneno para el alma, bolo fecal que no debe quedar dentro.

Mas se equivocan. Para odiar también hay que tener valor, y hay flores que le deben su vida al excremento; brotan sobre las plastas que deja el ganado en el potrero, y esa flor es el orgullo necesario para volver a sonreír, después del chorro de meado sobre el rostro.

La mascota

Bien lo sabe la gente: criar una mascota es saludable,

la aleja, en muchos casos, del pabellón de siquiatría o del suicidio,

la hace sentir, de nuevo, que puede ser una persona,

la hace escapar de su monólogo mientras estudia el lenguaje de gatos, perros, lagartijas

y nada hay como tener una lengua, aunque sea rasposa, que la despierte a una en las mañanas.

Yo tengo de mascota un alfiler bien grande que viaja conmigo a todas partes.

Cuando paso por al lado de alguien, o leo sobre alguien, o veo algo sobre alguien que ni en las pesadillas podría imaginar

y me da por reírme, por levantar los hombros o volver la cabeza como hacen los demás,

me entierro el alfiler hasta que llega al hueso

y yo pueda sentir que todavía existe algo que me duele, que puede desinflar mi escepticismo.

Y lo primero que hago en las mañanas es darle un beso a mi aguijón con lengua y todo y le rezo al sabor de la sangre para que siempre me permita creer que me levanto y estoy viva como si fuera un ser humano.

El miedo

Mi hija de diez años se ríe cuando le cuento sobre la pesadilla que cada noche me visita mientras duermo:

un tsunami

una ola inmensa que me persigue adonde vaya

y lo destroza todo a puro manotazos y me traga y me traga y trato de salir

pero por mucho que lo intento no lo logro.

Y mi hija se ríe de mí con razón porque vivimos a más de cincuenta kilómetros del mar «y es imposible, mami, que el agua pueda llegar hasta aquí».

Lo que yo no le cuento a la niña es que la ola no es de agua sino de gente.

Mastectomía

¿Te acuerdas cuando tú comparabas mis pechos con dos tenedores envueltos en una luz a punto de sacarte los ojos cuando te inclinabas sobre ellos?

¿Te acuerdas cuando tú comparabas mis areolas con dos sombrillas chinas debajo de la lluvia, mientras yo me decía que cursi este cabrón, pero me gusta lo que dice: que yo soy tu madre y él mi hijo con sus labios pegados a mi pezón como si hubiera utilizado kola loka?

Hasta que un buen día llegó el cáncer ―con su sonoro nombre de metástasis― y de una sola mordida me arrancó de cuajo el seno izquierdo y después el derecho

y me dejó una cicatriz más fea que la cara del diablo cagando y estreñido.

Lo que seguro no recuerdas ―convaleciente yo― fue cuando me dijiste «voy a comprar cigarros y regreso enseguida»,

como si yo fuera una imbécil y no supiera que así se despiden los cobardes.

Raúl Ortega Alfonso, La Habana, Cuba, 1960. Poeta y narrador. Mexicano por naturalización, país donde reside exiliado desde 1995. Ha trabajado como profesor de literatura y español en varias universidades de México. Fue columnista de la sección Noterótica de la edición Mexicana de Playboy y del suplemento cultural Sábado, del periódico UnomásUno. Entre sus libros publicados están los poemarios Las mujeres fabrican a los locos, Acta común de nacimiento, Con mi voz de mujer, La memoria de queso, Sin grasa y con arena, Desde una isla (libro-objeto de poemas y grabados en colaboración con el pintor cubano Carlos García) y las novelas Fuácata, Robinhood.com, El inodoro de los pájaros y La vida es de mentira, esta última Premio Ediciones B & Playboy de Novela Latinoamericana 2013, publicada por Ediciones B, México. En 2014 obtuvo el VII Premio Internacional de Poesía «Blas de Otero», Bilbao, España, con el libro El caballo no tiene zapatos, publicado en 2015 por la editorial Devenir, Madrid. La editorial madrileña EforyAtocha, en su Colección de Literatura Hispanoamericana, publicó en 2015 una antología de su poesía titulada A punta de palabras (1987-2014). En busca del hombre bilingüe, fue su cuento incluido en Cuentos Bi, Magma Editorial, 2019, Madrid. Ganador del IV Premio Internacional de Novela «Héctor Rojas Herazo», con la obra La pistola en el agua, Editorial Torcaza, Sucre, Colombia, 2020. Finalista del I Premio de Novela Corta Alcobendas “Bachiller Alonso López” con MiMadre, editada por el Ayuntamiento de Alcobendas, Madrid, 2022. Su último poemario, La cabeza que rueda, fue publicado en Madrid por la editorial Ápeiron, en 2023. Poemas y cuentos suyos han sido traducidos al alemán, al inglés y al italiano

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